Como algunos modestamente difundíamos desde hace años, las migraciones mundiales tienen una historia conocida a lo largo de los siglos en relación con la aparición y evolución de los diferentes polos de desarrollo, el tránsito terráqueo de los centros de gravedad económico y financiero, amén de las hambrunas, persecuciones y luchas étnicas, cambios en el clima local que no cambios climáticos globales y algunos otros factores que han contribuido a que los seres humanos se hayan visto envueltos en corrientes migratorias a lo largo y ancho del planeta.
Se prevé un aumento de la población mundial en los próximos cincuenta años, momento en el que se alcanzarán los casi nueve mil millones de personas, y donde el 80% de la población mundial pertenecerá a los llamados países desarrollados, y casi las dos terceras partes de la población mundial residirá en el área geográfica conocida como el “huevo asiático”, cuyo centro de gravedad se encuentra al noreste de la India.
Así las cosas, la demografía tiene sus propias reglas e inexorablemente marca la evolución de la población en los diversos continentes en los que oficialmente se divide el planeta. A mediados de este siglo, se estiman 450 millones de migrantes globales, de los cuales casi la mitad serán mujeres y niños, y de origen africano, concretamente del África Subsahariana. Estos son los datos empíricos que de forma aséptica nos dibujan un escenario futuro muy diferente al que se conoce y al que se conoció apenas cincuenta años antes.
Una de las características de un Estado es la capacidad de salvaguardar su soberanía, al margen de proyectos políticos que impulsen la cesión real o de facto de la misma a entidades supranacionales. Si un Estado no puede o quiere controlar sus fronteras pierde una gran capacidad de salvaguardar su independencia además de perder legitimidad ante sus ciudadanos, que, en la mayor parte de los casos, pagan sus impuestos cada año para entre otras cosas, tener cuerpos y fuerzas de seguridad que protejan sus derechos y libertades, amén de la seguridad. Si no hay seguridad diaria en la vida común de los ciudadanos la percepción que estos tienen de su Estado sin dudas se va a ver influenciada negativamente.
En el caso de Europa y más concretamente de la Unión Europea, las rutas migratorias que desde Asia Central y del Sudeste, las africanas y las americanas que emplean las anteriores, aparte de las suyas propias aéreas hacia aquella; hicieron necesaria la fundación de la FRONTEX en el 2004, con el objetivo de coordinar las acción la las policías y fuerzas de control de fronteras, estableció el control sobre cuatro y cinco rutas. España, desde el año 1999 contaba con el SIVE, Sistema Integrado de Vigilancia Exterior, para cometidos propios en territorio nacional.
Pero al margen de todas estas medidas, más o menos efectivas, cada país tiene su intrahistoria en relación con los procesos migratorios, los intraeuropeos y los extraeuropeos.
Nuestra vecina Francia, como otras naciones europeas, conoció las políticas antinatalistas de las décadas de los 60 y 70, para luego necesitar mano de obra foránea para mantener sus sistemas productivos. En el caso francés, tras la segunda guerra mundial, el país no hizo sino reclutar manos de obra de origen magrebí, cuyos contingentes se vieron incrementados con los años tras lograr países como Marruecos, Argelia y Túnez, su independencia, y a través de sucesivas olas como las de los años 50 y 60 y más tarde 70 y 80. Francia, ante tal situación adoptó una política de integración y un intento de asimilación cultural que los acontecimientos actuales nos revelan como fallidos. De igual modo, grupos antiinmigración surgieron en el país, al igual que en otras naciones europeas, lo que coadyuvó a la polarización social.
Cuando este fenómeno ocurre y a lo largo del país se forman las zonas “no-go” donde la acción de las fuerzas de seguridad del Estado y por ende de su legislación se encuentran ausentes, dejando en manos de grupos étnicos foráneos el control de facto de las mismas. Por ello, cualquier accidente, acción o error, puede ser manipulado y catalizado como excusa para la formación de revueltas violentas contra la nación de acogida. Mucho debe haber avanzado un Estado en las políticas de multiculturalismo e interculturalismo para que estos sucesos no lleguen a ocurrir, pero la realidad demuestra que las políticas de integración bajo formas de la “cultura woke” pueden llevar a dos reacciones: la de la negación de la misma por parte de estos grupos étnicos y la radicalización de los mismos contra el país de acogida.
Las migraciones incontroladas ya venían recogidas como amenaza a la seguridad nacional en la Estrategia de Seguridad Nacional del 2017 y el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular de la ONU de 2019 que, establece una serie de objetivos que de alguna manera pondrán el listón más alto a la hora de controlar los movimientos migratorios masivos.
Las sociedades de todos los Estados implicados deben conocer el alcance real de todo ello y dirimir sobre cual debe ser el modelo de sociedad requerido en un futuro no muy lejano; si no existe conciencia de todas las partes implicadas de los modelos propuestos, nunca se podrá llegar a soluciones que sirvan para todos, y las fracturas se seguirán ensanchando de forma irremediable.
Jorge Garris
Teniente coronel del Ejercito de Tierra,
profesor en la EGE y doctor en Historia,
Ciencias Politicas y Sociologia por la UNED